Licuado de frutas

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Foto: EFE/Archivo


Por: Ilka Oliva Corado

2 de junio de 2025 Hora: 02:52

Entonces supo que la licuadora no era un lujo, que el jugo de frutas no era inalcanzable y que la imaginación era más dulce, acogedora y humana que la realidad, entonces hizo su propia revolución: comenzó a aprender a escribir el abecedario.

Tanita siempre anheló un licuado de frutas, un sueño inalcanzable en su infancia. Las licuadoras eran voladas de las que hablaban en los anuncios de radio cuando sintonizaban a Porfirio Cadena “El ojo de vidrio”. Qué emoción, recuerda Tanita, cuando llovía en la radio, escuchar los truenos que sacudían la lámina de la casa, el sonido de las manitas de los caballos caminando sobre el adoquín: taca, taca, taca, ta…

Se imaginaba que todo aquello acontecía entre los montes y se le perdía la mente entre los caminos reales, los palos de guayabos rojos y los zacatales. Se preguntaba si en las casas de ese lugar también se alumbraban con candil como en la suya, o si las niñas también tenían que acarrear agua de la quebrada como le tocaba a ella. Si tenían un radio Philips de batería como el que tenía su abuelo, si también remendaban la ropa y si hacían mamasos  con sal cuando torteaban. Si los hombres dormían en una cama y las mujeres en otra, como en su casa y en las casas de las vecinas de su aldea. 

Si tenían hamacas colgadas de las vigas en el corredor y si en sus pueblos también tenían nacimientos de agua. Si fiaban la sal, el aceite y la a y lo pagaban con cargas de leña, manojos de ocote y flores de izote en la temporada, como en su pueblo. Si en el pueblo de Porfirio Cadena también las niñas anhelaban ir a estudiar y si las mujeres podían decidir no tener hijos, si en algún lugar del mundo las mujeres podían decidir no tener hijos. Si se lavaban los dientes con sal y ceniza y si hacían jabón de aceituno. 

A la hora del almuerzo su papa sintonizaba Mosaico en madera, el programa radial que le permitió conocer la hermosa melodía de la marimba. Un sollozo silencioso humedecía sus ojos cuando las notas se deslizaban lentamente como bejucos entre las ramas de los matasanos y el palo de jocote corona, observando desde las alturas el chiquero de los coches donde ella les desgranaba mazorcas para alimentarlos. Sentía una especie de vahído, un suspiro que se le quedaba ahogado en la garganta, algo tan profundo y armonioso como el canto de las chicharras acariciando su alma al medio día o como la oscuridad de la noche siendo cortejada por la luz de las luciérnagas.

¿Qué será la marimba, a qué le llaman Tierra fría, el Altiplano guatemalteco?, todo lo que ella conocía estaba ahí, lo más lejos que había llegado su vista era a Ahuachapán, El Salvador, cuando se subía a la piedrona del patio y allá a los lejos asomaba entre la arboleda un puñado de techos de teja. Su mar era el río Paz. Y un camino angosto y serpentino, acolchonado de cáscaras de árboles de encino rojo, conacaste y chaparrones era la frontera entre Guatemala y El Salvador. 

Siempre tuvo preguntas que se le anudaban en la garganta y que jamás se atrevió a verbalizar: por qué las niñas no van a la escuela y los niños sí, por qué los hombres de la casa no lavan los trastos, por qué solo los hombres tienen permitido hacer los chicharrones, por qué las mujeres tienen prohibido subirse a los árboles. Qué es argeñar, por qué dicen los adultos que cuando alguien está muy feliz y sonríe es porque algo malo pasará después, que mejor no esté tan feliz y que evite la desgracia.  Por qué es prohibido estar feliz si la desgracia en realidad es tener amebas en la panza y estar cundida de piojos. Por qué los niños se comen los mocos. Y la pregunta fundamental de su vida, ¿por qué los zompopos de mayo dan tanta felicidad?

El día que emigró a la capital siendo adolescente, Tanita al recibir su primer sueldo como empleada doméstica fue al mercado la Terminal y con una sed de toda una vida compró un licuado de frutas, lo sintió tan insípido que fue como tomar atol shuco hecho de máiz blanco.  

Y sorprendida por la puñalada en la espalda que le dio el progreso de la capital, vino a acordar que el gran avance del que hablaban: el cemento y la urbanización, no alcanzaba para que las hijas de las empleadas domésticas también fueran a la escuela. 

Sangrando por la herida, en el famoso pueblón conoció a las hermanas de muchos músicos que tocaban marimba, cuando el domingo se juntaban en Guatemala Musical, niñas y adolescente que al igual que ella fueron destinadas al trabajo doméstico mientras que los hombres de la casa eran los artistas respetados. 

Entonces supo que la licuadora no era un lujo, que el jugo de frutas no era inalcanzable y que la imaginación era más dulce, acogedora y humana que la realidad, entonces hizo su propia revolución: comenzó a aprender a escribir el abecedario.

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Escritora y poetisa. Ilka Oliva Corado nació en Comapa, Jutiapa, Guatemala, el 8 de agosto de 1979. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora en el estado de Arizona. Es autora de cuatro libros.