Cuba: Cultura de la Dignidad

Cuba no produce cultura para entretener ni para “exhibir”: produce cultura para vivir, para pensar, para resistir y para transformar.
Por: Fernando Buen Abad
2 de junio de 2025 Hora: 14:30
Desde su triunfo el 1° de enero de 1959, la Revolución Cubana se propuso no sólo transformar las estructuras políticas y económicas del país, sino refundar desde la raíz la cultura nacional. Lejos de concebir la cultura como ornamento o lujo elitista, el proceso revolucionario cubano la entendió como campo de batalla identitario, como territorio decisivo en la disputa por el sentido, la conciencia y la emancipación. Asumieron “ser cultos para ser libres”, y no fue sólo una proclama porque condensó una estrategia ética de emancipadora. Nos ha educado con su perspectiva semiótica crítica, como aporte de la Cuba Revolucionaria a la cultura, entendida no como “adorno” del espíritu erudito, sino como fuerza material de transformación de corazones y cabezas.
En el pensamiento revolucionario, especialmente de Martí, la cultura se reconoce como lugar para la revolución de subjetividades. Cuba asumió esta premisa como política de Estado. La Revolución no sólo reformó escuelas, alfabetizó o masificó el al arte: reorganizó todo el sistema de producción y circulación simbólica para ponerlo al servicio del pueblo. Esa reorganización no fue neutra: implicó una lucha frontal contra los códigos coloniales, burgueses y capitalistas del consumo cultural. La campaña de alfabetización de 1961, por ejemplo, no fue un acto filantrópico sino un gesto profundamente semiótico: millones de cubanos y cubanas aprendieron a leer y escribir no sólo palabras, sino el mundo; se alfabetizaron políticamente, descubriendo en la lectura una herramienta de conciencia. A través del lenguaje, se accede a una nueva forma de ser sujeto: el sujeto revolucionario.
Revolucionar la institucionalidad cultural con una arquitectura popular del sentido, es uno de los logros más notables de la Revolución artífice de una institucionalidad cultural sólida, crítica y orgánica: el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC, 1959), la Casa de las Américas (1959), el Consejo Nacional de Cultura (1961), la UNEAC (1961), el Ministerio de Cultura (1976), entre otros organismos, fundaron un aparato contracultural en el sentido con espacios de hegemonía alternativa para combatir la alienación simbólica capitalista. El ICAIC, por ejemplo, es un laboratorio de formas, géneros y discursos, con figuras como Tomás Gutiérrez Alea y Santiago Álvarez, que produjeron un cine crítico-humanista, estéticamente experimental y políticamente comprometido. Cada película es un relato insurrecto, un acto comunicativo dirigido a reconfigurar la percepción del pueblo.
Por su parte, la Casa de las Américas no sólo promueve el pensamiento progresista continental, creó una red de intelectuales rebeldes que ven en Cuba no una utopía congelada, sino un laboratorio en constante transformación. Allí convivieron Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Roque Dalton, Haydée Santamaría, Roberto Fernández Retamar, Abel Prieto, entre otros. El gesto semiótico de la Casa es claro: hacer visible lo invisible, crear una contra-esfera pública frente al imperialismo cultural. Cuba como moral en su cultural revolucionaria. Su semiótica revolucionaria no es sólo estatal o institucional. Cuba misma, como nación, como símbolo, es signo de transformación en el imaginario mundial. La figura del Che, la voz de Silvio Rodríguez, la poesía de Nicolás Guillén, los ensayos de Fidel, las escuelas de arte de la Revolución, los festivales culturales del Tercer Mundo, el internacionalismo pedagógico, médico y artístico, configuraron una imagen cultural de Cuba que escapa al exotismo tropical y entra en la categoría de lo simbólicamente subversivo.
En esta lógica, la canción de poesía, la Nueva Trova, el cine político, el teatro comunitario, la danza contemporánea, los talleres literarios en barrios y fábricas, el trabajo de promoción cultural en prisiones o zonas rurales, fueron prácticas culturales profundamente semióticas y transformadoras: trabaja con los códigos de la vida cotidiana, reconfigura lo sensible, desnaturaliza lo burgués establecido y habilita nuevas formas de subjetividad revolucionaria. Es el trabajo del ministro de Cultura, Alpidio Alonso-Grau.
Es una batalla de símbolos. Ningún proyecto cultural emancipador escapa al conflicto. La historia de la Revolución Cubana es también la historia de una guerra simbólica sin tregua, librada contra los imaginarios del imperialismo. Desde Miami y Washington, desde las multinacionales de medios y entretenimiento, intentan reducir a Cuba a una caricatura: dictadura, miseria, atraso, represión. Se fabrica diariamente un “significado” negativo de Cuba como antítesis de la modernidad capitalista. Esta operación semiótica burguesa busca vaciar a la experiencia cubana de contenido revolucionario, presentándola como fracaso. Y fracasan ellos cada día. Frente a ello, la cultura revolucionaria ha respondido con creatividad, autocrítica, vitalidad popular y sentido histórico. No es una cultura estática ni dogmática. Las instituciones culturales cubanas han atravesado debates internos, tensiones y transformaciones. Pero han sostenido una orientación general: defender la cultura como derecho, como bien común, como práctica de emancipación. El aplauso a la cultura cubana es un consenso planetario.
Cuba y su revolución mundial irradian sentido humanista. Su aporte cultural no se limita a su geografía. El internacionalismo cubano ha sido también cultural. Miles de artistas, escritores, cineastas y músicos han sido formados en la isla. Las editoriales cubanas han publicado a lo mejor del pensamiento crítico latinoamericano. Cuba ha apoyado proyectos culturales en África, Asia y América Latina, sin pedir nada a cambio. Ha promovido festivales, redes intelectuales, foros, encuentros. Este gesto, irradiante, constituye un acontecimiento semiótico de alcance histórico: por primera vez una pequeña isla logra crear una red transnacional de significación alternativa al neoliberalismo.
Es nuestra, también, la cultura cubana que ha sido, es y seguirá siendo una inspiración de signos emancipadores para los pueblos del mundo. En tiempos de nihilismo, mercantilización total y empobrecimiento simbólico, la experiencia cultural de la Cuba Revolucionaria conserva un valor profundamente subversivo. Su mayor enseñanza semiótica no está sólo en sus logros técnicos o estéticos, sino en su concepción profunda de la cultura como arma de liberación colectiva. Cuba no produce cultura para entretener ni para “exhibir”: produce cultura para vivir, para pensar, para resistir y para transformar. Quien ataque la cultura cubana desde clichés anticomunistas revela no sólo ignorancia, sino miedo: miedo a un pueblo que, en medio de carencias, bloqueos y campañas de odio, ha demostrado que otro sentido de la vida es posible. Y que la cultura no es sólo reflejo, sino motor de la historia.
Autor: Fernando Buen Abad Domínguez
teleSUR no se hace responsable de las opiniones emitidas en esta sección.